Nathan había estado disfrutando de su estancia en el Ocean Delight, tomando una piña colada mientras charlaba con algunos hombres en el bar. Su mujer, Samantha, asistía a una clase de jardinería a bordo, como parte del itinerario especial por su 30 aniversario.
Mientras Nathan se apoyaba en la barandilla, con la mirada perdida en el océano infinito, algo le llamó la atención y despertó su curiosidad. Tres pequeñas embarcaciones se acercaban a toda velocidad. Al principio, los descartó como simples pescadores, pero a medida que se acercaban, una sensación de inquietud se apoderó de él.
El instinto de Nathan, perfeccionado tras años de servicio militar, se puso en marcha: “¡Todos a cubierta!”, gritó, y su voz recorrió la cubierta mientras los pasajeros y la tripulación se sobresaltaban. Los piratas, armados y listos para la confrontación, se acercaban rápidamente. Pero Nathan tenía un plan en mente que podría dar la vuelta a la tortilla.
Nathan era un militar retirado que había vivido más de una situación peligrosa. Tras años de servicio, él y su mujer, Samantha, se habían tomado por fin unas merecidas vacaciones.
A medida que avanzaba la mañana, Nathan se encontraba descansando junto al bar del crucero, con una piña colada en la mano. El calor del sol y el suave balanceo del barco le arrullaron en un raro momento de relajación.
Apoyado en la barandilla, contempla la inmensidad del océano y deja que su mente se distraiga mientras el horizonte se extiende infinitamente ante él. Era un momento perfecto, demasiado sereno para ser real.
Pero cuando Nathan se quedó mirando el horizonte, algo inusual llamó su atención. Dos pequeñas embarcaciones se acercaban a toda velocidad al crucero, a una velocidad demasiado rápida para tratarse de pescadores.
Los observó por un momento, con sus instintos militares en alerta máxima. Al principio, trató de descartar la idea, esperando que sólo fueran lugareños deseosos de echar un vistazo al gran barco. Pero a medida que los barcos se acercaban, la ominosa verdad se hizo imposible de ignorar.
A través del resplandor del sol sobre el agua, Nathan distinguió el inconfundible brillo de las armas en las manos de los hombres de las barcas. Se le encogió el corazón y una oleada de adrenalina recorrió sus venas. Estos hombres no estaban aquí para pescar.
El pánico se extendió como un reguero de pólvora cuando los pasajeros se dieron cuenta del peligro que corrían. Los gritos resonaron por toda la cubierta mientras la gente huía en todas direcciones, desesperada por ponerse a salvo. La tripulación, sorprendida por la repentina amenaza, se apresuró a actuar.
Pero la situación ya estaba fuera de control. Nathan no se movió del sitio, sus años de entrenamiento le mantuvieron en calma mientras el caos estallaba a su alrededor. Sabía que huir no solucionaría nada. La única opción era luchar.
El pulso de Nathan se aceleró y sacó su teléfono para llamar urgentemente a Samantha. “Sam, escúchame”, dijo, con voz grave pero firme. “Ve a nuestra habitación y cierra la puerta. No se la abras a nadie, oigas lo que oigas”
La preocupación en su voz era imposible de ocultar, pero él sabía que ella entendería la seriedad. Ella dio un tenso asentimiento antes de colgar, dejando a Nathan con la tarea que tenía entre manos. Salió corriendo hacia el camarote del capitán, seguido de cerca por varios guardias de seguridad.
Corrió hacia la sala del capitán, flanqueado por los guardias de seguridad que habían respondido a su llamada a la acción. Avanzaron rápidamente por los pasillos, sus pasos resonaban en el tenso silencio que se había apoderado de la nave. Cada segundo contaba.
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